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MÁS DEL 60% DE LOS ADULTOS MAYORES NO COMPARTEN ACTIVIDADES CON MENORES DE 40 AÑOS


San Joaquín y Talca son dos de las comunas con mayor porcentaje de población adulta mayor en su territorio, con un 20,6 y un 18% de habitantes respecto del total. Por eso fueron escogidas por investigadores de la Universidad de Talca para realizar un estudio sobre maltrato estructural a los adultos mayores. Como parte de este proyecto Fondef, se les pregunto a estas personas (entre los 60 y 75 años) por el contacto que han tenido en los últimos 12 meses con personas de su edad y con personas menores de 40 años.

Las respuesta mostraron que en Talca, el 64,5% y en San Joaquín el 62,2% de los adultos mayores no participaron de actividades con personas más jóvenes de menos de 40 años.

Según explica la profesora de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Carolina Riveros, quien dirige el proyecto, esta situación refleja una carencia, entendida en términos sociales como “falta de”, cuando los sujetos se encuentran privados de elementos que les permiten alcanzar un desarrollo integral. El no compartir en actividades con personas menores se considera una carencia “porque priva a las nuevas generaciones del saber que los mayores pueden aportar, no solo en términos de experiencia de vida, sino del acervo sociocultural que ellos acumulan y pueden transmitir”. Un ejemplo, que puede ser extremo, dice Riveros, fue el fallecimiento de la última hablante yagán lo que dejó a esa lengua al borde de la extinción, y también significó una pérdida irreparable del acervo de esa cultura.

“Al igual que ocurre con muchos procesos socio-culturales, el dialogo es la clave y muchos jóvenes ven a los viejos como seres muy distantes de su realidad. Por eso, es necesario avanzar en la generación de instancias que promuevan la interacción entre unos y otros para que se encuentren, conversen y descubran posibilidades de aprendizaje mutuas”, insiste la investigadora.

¿Cómo hacerlo? “Creo que un punto de partida podría ser la generación de instancias en las cuales se conozcan y vean que puede haber elementos de interés común, como, por ejemplo, podría ser un festival de música intergeneracional. Esto mismo podría replicarse perfectamente en diversas áreas, en las cuales los mayores pueden aportar con perspectivas y experiencias a las cuales muchos jóvenes no tienen acceso”.

Cuando se les consulta a los adultos mayores por su participación con otros adultos mayores la situación cambia. En los últimos 12 meses, el 50,7% de los habitantes de San Joaquín y el 33% de los de Talca, no han participado en actividades con sus pares. “En Chile la entrada a la vejez de cierta forma coincide con el momento de jubilación, que más allá de la desconexión con el mundo laboral para muchas personas significa la pérdida de redes sociales, en el sentido de que pierden la oportunidad de interactuar con personas de otras generaciones. Se podría decir que en ese momento comienza una desconexión que con el paso del tiempo se agudiza en la medida que las comunas cuentan cada vez con menos espacios públicos, el concepto de barrio ha ido despareciendo, y con ello también las instancias donde las personas puedan encontrarse y compartir”, señala la investigadora.

Además, el fuerte desarrollo tecnológico ha ido agudizando esta brecha, ya que mientras los jóvenes son nativos digitales el grueso de los mayores son analfabetos digitales.

A juicio de Riveros, el Estado y la sociedad deben primero establecer una suerte de nuevo trato con sus mayores, reconociéndoles como sujetos plenos de derecho y capacidades, algo que si bien suena evidente en la práctica no lo es tal. “Por eso, tanto desde las políticas públicas como desde nosotros mismos, en nuestros hogares, debemos comenzar a cambiar el foco y perder el miedo a la vejez, entendiendo ésta como parte del proceso de la vida al cual todos vamos a llegar y que, en la medida que comencemos a educarnos respecto a ella, lo haremos en mejores condiciones”, insiste.

Respecto del rol de la familia, la investigadora señala que es necesario considerar los cambios en la estructura social que está teniendo nuestro país y que está marcado por dos fenómenos particulares: primero, una marcada tendencia a la incorporación al mercado laboral de todos los miembros del grupo familiar (lo que no debe entenderse como un fenómeno negativo); y, segundo, el descenso de la natalidad, una realidad indiscutible tanto en nuestro país como en el mundo, que implica que las familias son cada vez más nucleares, más pequeñas. “Ya no existe como antes una red familiar que sea capaz de asumir y compartir el cuidado de aquellos miembros que, con el paso del tiempo, requieren de una atención especial. Esto configura un escenario de riesgo para muchas de esas personas que estarán expuestas a una situación de vulnerabilidad mayor que las actuales generaciones de mayores –que ya se encuentran en una situación desmejorada-, contexto ante el cual el Estado no puede ni debe permanecer ajeno, ya que está obligado a avanzar en el diseño de políticas públicas que permita a quienes lleguen a la vejez transitar por esa etapa con dignidad, con pleno respeto de sus derechos y calidad de vida”.

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